El Fuerte de San Fernando de Omoa surgió como parte de la necesidad del imperio español por contar con un sistema defensivo costero en las nuevas tierras de América. Un sistema que le permitiese salvaguardarse de los constantes ataques de corsarios y ejércitos enemigos en busca de sus nuevos tesoros.
Fotografías y texto por Arturo Sosa
Desde finales del siglo XVI y a lo largo del XVII, las costas centroamericanas bajo el dominio español, se convirtieron en el blanco de la codicia de forajidos e imperios. Piratas y corsarios atacaban barcos y ciudades costeras, robando y matando, sembrando el terror por doquier. Con el paso de los años y el incremento de las pérdidas, se vio la necesidad de contar con un sólido sistema defensivo que protegiera a los puertos, sus habitantes y a los valiosos navíos que cruzaban el Atlántico, cargados de mercancía. Así es como surge el Fuerte de San Fernando de Omoa. Parte de la historia de la mayor fortaleza colonial de Honduras, nos llega por don Juan Manuel Zapatero, historiador militar y comandante, quien hace una extraordinaria relación de los eventos que propiciaron la construcción, en su libro “El Fuerte San Fernando y las fortificaciones de Omoa”. Gracias al Dr. Zapatero, sabemos ahora que las primeras recomendaciones para realizar la obra, las hace el Presidente de la Audiencia, don Enrique Enríquez, en una carta enviada al monarca Carlos II en 1685. Enríquez, manifiesta la necesidad de fortificar Omoa, ante el peligro de las bases inglesas en Belice y su alianza con los zambos-misquitos en la costa oeste de Honduras. Una alianza que ponía en riesgo la seguridad de Puerto Caballos y Trujillo, ubicados en medio. Ya para esas épocas, Trujillo había sido asaltada en más de una decena de veces, por corsarios franceses e ingleses y contaba, con un pequeño (y muy deficiente) baluarte defensivo. La ciudad permanecía en un estado de casi abandono y era notoria la supremacía inglesa en esa parte del territorio. A pesar de las recomendaciones del Presidente de la Audiencia, debieron pasar muchísimos años para que sus palabras fuesen escuchadas. No fue hasta 1752, cuando se le ordenó al ingeniero militar Luis Diez Navarro que evaluase el mejor sitio para construir una edificación militar. Navarro optó por la bahía de Omoa, dejando Trujillo abandonada a su suerte y a su endeble baluarte costero. Sin embargo, el ingeniero militar no arrancó con la fortaleza, sino con una muralla exterior conocida como El Real; diseñada para almacenar materiales y proteger a los futuros trabajadores. Dado que su finalidad era puramente temporal, su forma y construcción eran bastante sencillas y los edificios interiores que se llegaron a levantar en el interior del perímetro amurallado, desaparecieron cuando la fortaleza se levantó. Por una serie de factores, Díaz Navarro no pudo terminar el recinto y fue trasladado a Guatemala, debiendo terminar el Real, el ingeniero D. Francisco Álvarez, quien además inició la construcción del fuerte. Desafortunadamente, el sitio donde se levantó la fortaleza eran humedales cubiertos por bosque de manglar y ciénegas “que infestaban el aire”, provocando grandes pérdidas humanas y retrasos. Además, ya para mediados del siglo XVIII, el poderío militar y el comercio naval español habían entrado en decadencia. Construir una fortaleza y mantener una guarnición completa eran gastos mayores para una economía maltrecha. Debido a esto, los planes originales fueron modificados y en vez de una estructura con cuatro baluartes, se creo una versión de tres; un modelo que nunca había sido probado en batalla, pero que respondía a las verdaderas posibilidades de recursos. Álvarez fue sustituido por otros ingenieros y no fue hasta 1778, que casi se termina la obra. Casi, porque los trabajos tuvieron que suspenderse ante una nueva guerra contra los ingleses. En septiembre de 1779, los ingleses atacaron el fuerte, logrando conquistarlo y tomar prisioneros a la guarnición española. Un par de meses más tarde, el Fuerte de San Fernando de Omoa fue recapturado por el General y Presidente de La Audiencia, el Dr. Matías Gálvez. Con ese hecho bélico, se paró la construcción quedando con la forma que llega hasta nuestros días. En 1819, después de una apabullante derrota en su intento de capturar Trujillo, llegó a la bahía de Omoa, el general Luis Aury. El aventurero francés, ancló con su flota y tomó el puerto. Ante el ataque, la población se acuarteló en la fortaleza, donde sufrió el bombardeo de piezas de artillería, ubicadas por Aury en las colinas vecinas. Tras cerca de diez infructuosos días de campaña, el francés levantó el sitio y retornó al mar, sin haber podido tomarla. Esta fue la segunda y última batalla que libró el baluarte. Durante las siguientes décadas, la historia de la fortaleza se diluye en el olvido. Casi no existen documentos que mencionen el papel de la edificación militar en los años siguientes a la independencia. A principios del siglo XX y durante cinco décadas, se convirtió en presidio local hasta que en 1959, el gobierno de Honduras declaró al Recinto El Real y la Fortaleza de San Fernando de Omoa, Monumentos Nacionales bajo la protección del Instituto Hondureño de Antropología e Historia. Protegida y restaurada desde entonces, la Fortaleza trata de terminar una historia que quedo alguna vez, inconclusa.